Los hombres de las montañas son cuestionados tras el accidente de Tolo Calafat - Un tercio de los muertos del Everest eran guías locales - ¿Es lícito exigirles más riesgos por más dinero?
El pueblo sherpa vive pegado a las faldas del Everest, la montaña más elevada del planeta (8.848 metros), y este simple hecho lo explica casi todo: su incomparable aclimatación a la altura, su resistencia, el rédito económico extraído de la montaña y la fama que este pueblo ha adquirido en el mundo occidental. Si la localidad francesa de Chamonix y los orgullosos guías locales son famosos en Europa es porque viven al amparo del Mont Blanc (4.808 metros), y lo mismo ocurre al pie del Cervino (4.478 m), la montaña perfecta, donde la tradición quiere que los recién nacidos que no valen para guiar sirvan como sacerdotes.
Este es un negocio con reminiscencias coloniales regido por leyes capitalistas
Ser guía de alta montaña en Francia, Suiza o en Italia es como ser cirujano en España, o como ser sherpa en Nepal: el prestigio va con la ocupación. Pero no todos los turistas y montañeros occidentales que acuden a las montañas de Nepal persiguiendo cimas de renombre tienen muy claro qué contratan cuando pagan los servicios de un porteador de altura del Solo-Khumbu. En Europa, cuando un guía dice no, su cliente no saca la cartera para obtener un sí; en los ochomiles si un sherpa avanza una negativa, siempre se puede intentar que cambie de idea colocando un fajo de billetes ante sus narices. Y esto explica muchas (aunque no todas) incongruencias, inercias y situaciones difíciles de asumir que se dan en las alturas con los sherpas como protagonistas, aunque sea a su pesar. Las declaraciones vertidas días atrás por Juanito Oiarzabal durante el fallido intento de rescate del himalayista Tolo Calafat, que murió el pasado 29 de abril en el Annapurna (8.091 metros), han colocado a esta etnia nepalí en el centro de un debate que ha generado más preguntas que respuestas concretas. Para decidir si es de recibo pagar a alguien para que arriesgue su vida en un rescate, parece lícito comprender la idiosincrasia del trabajo de los porteadores.
En el Khumbu, en el noreste de Nepal, región pegada al Everest, pero también al Lhotse (8.516 metros), habitan algo más de 12.000 sherpas, directamente bendecidos por el boom turístico que estalló en la zona tras la conquista del techo del mundo en 1953 a manos de Edmund Hillary y del sherpa Tenzing Norgay. Hay más guías en el país (otros 60.000), pero estos no conocen la prosperidad de los moradores del Khumbu, dueños de pastos, ganado, albergues y demás infraestructuras turísticas, amén del lucrativo trabajo que desempeñan en los nueve ochomiles que crecen en suelo nepalí. Su fama les ha llevado a trabajar incluso en los cinco ochomiles de Pakistán, donde son señalados por los porteadores locales, oriundos del Baltistán, como el ejemplo a seguir.
Los sherpas que trabajan en las montañas de 8.000 metros cobran cerca de 2.000 euros fijos y luego unos extras pactados de antemano por hacer cima. Si la expedición hace cumbre, un sherpa gana cerca de 3.000 euros por mes y medio de trabajo (a lo que hay que descontar la comisión de la agencia para la que trabaja), lo que es un dineral si se compara con el sueldo medio nepalí", explica Ferrán Latorre, que lleva más de una década trabajando para Televisión Española con el programa Al filo de lo imposible. Esto rompe uno de los estereotipos asociados al trabajo de los porteadores de altura: definitivamente están bien pagados, pero tal y como solía decir Iñaki Ochoa de Olza, que falleció en el Annapurna el 25 de mayo de 2008, tras cinco noches a la intemperie, "parece poco ético pagar a alguien por fastidiarle la vida". Ferrán Latorre rompe otra idea preconcebida: "En los últimos años el nivel técnico de los sherpas ha mejorado mucho. Ahora son ellos los que colocan la mayoría de las cuerdas fijas en los ochomiles, principalmente en el Everest, y visten casi como nosotros, con botas excelentes, buzos de pluma y demás material de calidad porque con lo que cobran se lo pueden permitir", observa.
Los sherpas son reconocidos por su predisposición a la sonrisa y por su inclinación natural hacia la bondad, y si son agradables con todos, respetan sobremanera a los alpinistas que no necesitan de sus servicios, por contradictorio que parezca. Antes que interesarse por la profesión, el estado civil o la edad de un occidental, el sherpa pregunta directamente por el currículo montañero de su interlocutor: ¿Cuántos ochomiles has escalado? Su atención menguará o crecerá en función de la cifra que uno inserte en la respuesta. "Tras la muerte de mi hermano Iñaki, invitamos a Pamplona a los cuatro sherpas que se prestaron voluntarios y sin cobrar para tratar de rescatarle en el Annapurna. Cenando en una sidreria, les pregunté a ver cuantos ochomiles habían escalado y el que tenía frente a mí se quedó pensativo y soltó en inglés: "Everest, siete veces; Kangchenjunga, cuatro veces; Nanga Parbat, dos veces; Cho Oyu cinco veces...", ilustra Pablo Ochoa de Olza, todavía emocionado por el respeto que esos cuatro hombres mostraron durante su visita. "Parece que olvidamos que son hombres, no superhombres. Les encanta que el occidental les trate como personas, no como animales de carga, que les hables algunas palabras en nepalés, porque valoran mucho que nos interesemos por su cultura tanto como ellos lo han hecho por la nuestra. En Pamplona, tuve que recordarles que en mi casa yo era el sherpa y ellos los turistas para que dejasen de saludarme formalmente", recuerda Pablo Ochoa de Olza.
Los sherpas de Nepal, en cierta manera, son víctimas de su éxito: reconocen que no escalan montañas por el placer estético, romántico o egocéntrico que mueve a los occidentales, sino por ganarse la vida y extraerse de la miseria que inunda su país aunque eso mismo les enfrente a situaciones terribles. ¿Sufren por ello? No, a simple vista, pero de hecho, muchos mueren en el empeño: a veces porque la montaña es cruel, otras por falta de pericia técnica, otras por humanidad o por no desobedecer las desafortunadas indicaciones de su patrón. Solo en el Everest, un tercio de los cerca de 200 fallecidos son sherpas. Juan Vallejo jamás olvidará la cara del sherpa que acompañaba, fuera de hora, a la obstinada coreana Miss Gi camino de la cima del Annapurna, en 1999. Nunca volvió a verlos. El caso señala los límites de un negocio con reminiscencias coloniales pero revestido de las modernas leyes del capitalismo.
Los porteadores de altura del Himalaya resultaron fundamentales en la conquista de los principales picos de una cadena montañosa interminable, casi inabarcable, y siguen figurando entre los actores principales del ochomilismo actual. Ahora se les observa como trabajadores cualificados, especialistas en el arte de acarrear bultos, montar campos de altura, fijar cuerdas, abrir huella, cocinar o rescatar a los que andan en apuros, pero quizá esta sea la manera más dulce de retratar a los auténticos criados de la montaña. Los sherpas contratados para facilitar la ascensión de ochomiles por rutas clásicas trabajan casi con la responsabilidad y la remuneración de un guía europeo pero son considerados como obreros de trazo grueso. Los sherpas son tipos fuertes, sí, bendecidos por una aclimatación natural a la altura que les permite moverse con soltura allí donde la mayoría de los mortales se arrastra. Pero no son atletas en el sentido clásico del término, aunque puede que un día todo esto cambie como ha cambiado la vida en la región del Khumbu desde que sus habitantes cambiaron el cultivo de la patata y el pastoreo por la industria del turismo.
Por supuesto, todos los excesos, tanto positivos como negativos, se acentúan en el Everest, una montaña respetada por los sherpas durante siglos por representar la morada de los dioses. Ahuyentados los dioses por la parafernalia occidental, los sherpas han hecho del techo del mundo su terreno de juego predilecto y el faro de sus gestas. Los sherpas protagonizan todos los récords: Babu Chiri durmió en su cima permaneciendo 21 horas en la misma y firmó la ascensión más rápida por la cara sur hasta que Pemba Dorje le arrebató el récord rebajándolo cuatro horas (12 horas y 45 minutos); Temba Tsheri, a la edad de 15 años, es la persona más joven en alcanzar su cima; solo Kushang Sherpa ha escalado las cuatro caras de la montaña; nadie ha escalado más veces el Everest que Appa Sherpa (19 ascensiones); fueron sherpas los que firmaron el récord de altura para un rescate, cuando descendieron a un neozelandés atascado a 8.700 metros pero esto no oculta que también había sherpas entre los que pasaron en 2006 por encima de David Sharp, colapsado a 8.500 metros, sin prestarle socorro, quizá porque nadie quiso pagar por su rescate. Sólo ellos pueden decidir dónde detener sus pasos y marcar los límites de un negocio en el que las malas cuentas llevan a la muerte.
Fuente: http://www.elpais.com/articulo/sociedad/vida/sherpa
Por: M.Marques
milton@mxb.com.br
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